viernes, diciembre 21

Ciudadanía Ilustre

Pocas veces leí un artículo en las que tantas veces dije no, no y no, empezando por la definición de estado. El problema del Estado, o para el caso de cualquier asociación política (porque debería ser compleja ¿?) es que no hay solución racional al problema entre gobernados y gobernantes. Primero pareciera plantearse que toda asociación política es en beneficio de los gobernados (sus socios) o el bien común como dice adelante, pero para poder funcionar tiene que tener gobernantes (autoridades), y necesariamente el problema fundamental es quién debería gobernarme, lo que se llama régimen. La figura del buen pastor como el gobierno altruista es ridículamente incompleta, pues quien finalmente nos gobierne deberá hacerlo en beneficio suyo y no del gobernado.

No se si él cree realmente que la diferenciación social es necesaria, en todo caso si lo es, el planteo es quién es el mejor para gobernarme. Pero como entiendo cuales son mis intereses, y entiendo que el beneficio del gobierno es para el gobernante, porque querría que otra persona me gobierne si no soy yo u otro con iguales intereses. Resulta que la asociación política por excelencia es la democrática salvo que por alguna razón me reconozca como inferior. El problema de la democracia es, como bien queda demostrado ahí, que no diferencia entre una república y entre una banda de ladrones, más aún, el régimen muy bien puede estar amenazado por ese eufemismo llamado los otros que antiguamente se conocía como enemigo.

El planteo y la solución clásica es la dada por Platón. Cómo el régimen político que un hombre libre únicamente reconoce es el gobierno por iguales pero esto no me garantiza ser destruido por enemigo internos o externos, como tampoco que el bien perseguido por una organización tal sea distinto del de una banda de ladrones, por el único que estaría dispuesto a dejarme gobernar es por el más sabio, este es el filosofo, porque reconozco que él antes ha aprendido a gobernarse a si mismo. Entonces la verdadera pregunta es qué interés puede tener el filósofo de gobernar a la multitud. La respuesta es ninguna. La consecuencia es que, porque todos se han dejado gobernar, nadie tiene autosuficiencia salvo el filosofo y a él le da igual si las personas de la ciudad prefieren o no las instituciones que tienen, si fuera por él, aboliría la propiedad privada, la familia y hasta la privacidad del acto sexual, hasta permitir el incesto entre hermanos y padres e hijas por lo menos, y para sostener el régimen recurriría a mitologías que expliquen en imágenes las razones de las nuevas instituciones.

Este gobierno plantea por lo menos dos problemas. Uno es que anulado todo ámbito de privacidad nadie podría siquiera plantearse el gobierno de si mismo. Esto está salvado por el hecho de que si somos todos iguales, el gobierno de uno es indistinto del de los demás, pero surgen otros problemas, una ciudad para existir necesita una división mínima de tareas, no podríamos cazar a la mañana, sembrar a la tarde y leer a Hegel a la noche. Quizás quedaría resulto si nos sentimos reconocidos no por lo que hacemos sino por el simple hecho de ser humano.

El segundo problema que se plantea es el del poder. La elección del filósofo presupone que la sucesión de gobernantes, sea la forma que sea en elegirlos, resulta siempre en la elección del filósofo. Pero si un no filosofo sabe interpretar no lo que es mejor para el demos sino lo que el demos quiere es muy probable que sea este y no el filosofo quien logre en última instancia llegar a ser gobernante. Que esto no sucede solo puede ser porque quienes participan en la elección son ellos mismos filósofos. No es de extrañar el énfasis en cualquier país democrático de educar al soberano entendido como el pueblo como la única alternativa para no caer en la tiranía. Igualmente recaemos en el punto de partida, si todos son educados entonces no es necesario el gobierno del filosofo.

Ninguna de las tesis planteadas es relevante hasta que se decida quién son los mejores gobernantes para un país.

Habría que preguntarse si Platón creyó o no que 2.500 años después este proyecto político fuera tomado realmente en serio.

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