La inferioridad de los Héllenos y en particular de Alcibiades solamente puede ser superada, continuando con el intento de persuasión de Sócrates, por la inscripción Delphica “conócete a ti mismo”. El primer intento resulta en un nuevo fracaso, pues del conocimiento que tenemos no podemos inferir siquiera si aquello que permitiría mejor ordenar y preservar a la ciudad, teniendo en cuenta que si el objetivo es gobernar a las personas, no podemos dar cuenta si se lograría a través de la amistad y el acuerdo o por algún otro medio. El fracaso deriva en la necesidad de realizar un paso previo, sólo apto para aquellos que están todavía en la edad de hacerlo, que es hacerse cargo de uno mismo, presumiblemente a través de perfeccionarse a uno mismo, lo que nos lleva a la pregunta qué es el hombre como el único camino, sea posible o no contestar la pregunta, para saber gobernar a los demás y saber hacerse cargo de las posesiones de uno.
Del hombre, cabrían dos posibilidades – haciendo caso omiso a que todavía no sabemos que es lo que verdaderamente es existente – o el hombre no es algo que exista o es el alma. Pero no tenemos otra vía de acceso al alma que mirando, cual espejo, a las almas de los otros. No a otras personas ni al mundo en su conjunto sino solamente a la parte que se asemeja a lo divino, a la parte del alma en donde residen las virtudes del hombre.
Si el conocerse a uno mismo es la sabiduría, entonces el único camino a la felicidad es la sabiduría y la bondad, y el poder impartir virtud a los demás. El camino contrario, el de los mayores males es el que tiene poder pero a la vez es ignorante y es precisamente por que es esclavo de su ignorancia, que no es libre. Pero la sabiduría no requiere del poder tiránico, pues se puede tener poder y sin embargo ser ignorante. Y si el conocimiento es parte de ser sabio, sólo aquel es capaz de actuar de la manera más perfecta.
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