Comencé a leer unas conferencias de Foucault en torno de la verdad y las formas jurídicas que trata sobre un tema de un post reciente aparecido en la
Barbarie. Por otro lado resalta la similitud entre el modelo griego de penetración como dice
Abraham con la confrontación de esta noción de conocimiento que hace Foucault con la de Platón y el amor incondicional sumado a su critica fulminante contra la pederastia. Pero lo que me sorprende aun más, sobre todo para alguien que ha leído a Leo Strauss, es la posibilidad no sólo de encontrar rupturas sino también continuidades, como lo ejemplifica este post del
Café de Ocata, quien, como se ve, critica a los foucaultianos pero no a Foucault.
Hay, a primera vista, una situación extraña donde Foucault plantee una ruptura de Nietzsche de la filosofía occidental. Podemos ejemplificar esta idea con dos nociones, muy influidas por mis lecturas de Leo Strauss, quien por los temas tratados, en particular la relación entre el filósofo y el político, no son ajenas a esta disertación de Foucault. Primero que lo que Strauss plantea es leer a cada filosofo como si tuviesen razón y segundo, plantearlos justamente en la aporía del momento que escribe. Resumidas cuentas, abandonar la superioridad de la posición histórica cuando se lee a un filósofo. Es decir, no porque nosotros tenemos acceso a toda la filosofía posterior, debemos suponer que estamos en una mejor posición, en este caso que Nietzsche, para comprender a los filósofos anteriores. Aquello que nosotros sentimos, no como ruptura o continuidad, sino como intimidad de dos pensadores, como diría Strauss, debemos suponer que ya Nietzsche lo comprendió. El ejemplo del texto con Spinoza es de lo más ilustrativo. Donde Foucault ve ruptura, una inversión de Spinoza, uno encuentra una intimidad del pensamiento de Nietzsche con Spinoza que en todo caso nos lleva a preguntarnos cuál es la relación problemática entre reír, deplorar y detestar con el conocimiento. Si no fueran fundamentales tanto para Spinoza como para Nietzsche estas tres pasiones, no le hubiese hecho falta confrontarse con Spinoza, habría preferido refutarlo por el silencio.
Es por lo tanto problemático no concederle a Foucault esta misma concepción que damos de la relación entre dos grandes filósofos. Como ser, ¿Debemos considerar en serio a Foucault cuando dice que Nietzsche es quien realiza la ruptura de la filosofía con la teología? ¿No ha sido cierto a lo largo de la historia que salvo contadas excepciones los filósofos han sido perseguidos por las autoridades políticas o religiosas? Cómo no pensar al leer a los filósofos de la antigüedad y de la edad media, en la versión árabe particularmente, ni que hablar de la ilustración, que hay una constante lucha con los preceptos de la religión y de dios en cualquiera de sus formas. Ahora bien, debemos concederle a Foucault lo mismo que decimos para los demás filósofos. Es decir, esta idea que existe cierta continuidad en los problemas fundamentales a pesar de las respuestas históricas obtenidas.
Cierto indicio de su profundidad la obtenemos cuando encontramos una salvedad de esta ruptura. La primera ruptura es con la filosofía occidental hasta Descartes, para no ir más lejos. Pero en seguida y luego de la extensión del concepto la ruptura llega hasta Platón. ¿Qué cambio en el medio? La primera ruptura es la explicitación de Nietzsche de la ruptura de filosofía y teología. Que dios ha muerto significa que el hombre constituido a semejanza de dios ha muerto; que la unidad del sujeto en tanto unidad de deseo y deseo de conocimiento de las cosas incluidas el conocimiento de lo más perfecto (=dios) se derrumba una vez conocemos que el origen mezquino y vil de las ideas más sublimes. La segunda ruptura es más profunda y la comunica Nietzsche a través de Spinoza. No ya ruptura entre deseo y conocimiento sino subordinación del saber y por lo tanto del filósofo. Estos impulsos del conocimiento, reír, deplorar y detestar invierten la relación platónica del amor por el conocimiento. La máxima socrática “sólo se que no se nada” no nos impulsaría a conocer sino lo contrario, el conocimiento es el efecto de superficie puesto en juego delante de cosas que son amenazadoras y presuntuosas, es decir que se encuentra enfrentadas en un estado de guerra con alguien más. Este odio u hostilidad a los objetos se opone radicalmente con el amor o la felicidad del conocimiento expresado por Platón, como ser, en el banquete. Dos formas de conocer, una por penetración, por violación, cual si uno fuese el amo de los objetos, el otro por la percepción, por la relación de afinidad entre las cosas y el hombre, por una regularidad que se opone al caos de la naturaleza.
De repente tenemos la frase más enigmática de esta primera conferencia que daría a entender una total banalidad del conocimiento. Foucault dice en boca de Nietzsche que “el filósofo es aquél que más fácilmente se engaña sobre la naturaleza del conocimiento al pensarlo siempre en forma de adecuación, amor, unidad, pacificación.” Para concluir que la forma de aproximación al conocimiento no es como filosofo sino como político. Uno no puede dejar de sorprenderse de esta subordinación de la filosofía a la política, y de esta afirmación, sin reservas, de la inutilidad del filósofo. Más aún, la propia objeción que se hace Foucault a su pensamiento es afirmar una idea absolutamente controversial acerca del carácter político de la filosofía de Nietzsche, donde incluso la mayoría de los conocedores de su filosofía objetan siquiera la existencia de un pensamiento político más allá del gran estilo.
El Filosofo, en tanto el sujeto que más se ha dedicada a conocerse a si mismo es el que más fácilmente se engaña. Por el contrario el político que se encuentra constantemente confabulando a la manera de Alcibíades, tiene una mejor comprensión de qué es el conocimiento y su servicio a la política. Pero Nietzsche debía de saber esto. Por otro lado no es más que la disyuntiva de toda la obra platónica. Al descubrir el origen, al confesar lo inconfesable, Al destruir toda la metafísica occidental, por lo menos de descartes, en otras palabras, al dejar caer el sostén de Dios, los dioses o la Religión, la solemnidad, aquello de lo que ningún pueblo se puede reír, Nietzsche consumaría la muerte de la filosofía. ¿Es posible pensar este efecto del discurso filosófico como azaroso? ¿No hay, acaso, en Nietzsche, una intencionalidad de profundizar aquello que había comenzado con Machiavello?
Por último esta la elección del tipo de vida del Filosofo. En el momento que Nietzsche, o para el caso Foucault, le otorgan una mayor importancia a la política por encima de la filosofía, no deberían estos filósofos haber dejado su trabajo para dedicarse exclusivamente a la política. ¿Cómo pueden dar cuenta de sus actos, o para el caso, de la autoconciencia de la filosofía? No cabe duda, no obstante, que el discurso filosófico en tanto estrategia de poder ha perdido mucha de su eficacia. Esta es la tesis Straussiana de la necesidad de retornar a las mentiras nobles de Platón antes que someter la filosofía, el discurso se entiende, a la vida, negando toda posibilidad de teoría y por lo tanto de relevancia en las estrategias de poder desarrolladas en la actualidad. La banalidad del conocimiento queda demostrado por que hace mucho tiempo que el oficio de filosofo dejó de ser una actividad que conlleva riesgos para la vida.